lunes, 17 de octubre de 2011

Refresco

Viene de frente, lleva un pantalón azul eléctrico muy corto que deja ver una tersa piel morena que comienza a broncearse con los primeros claros de junio, sandalias simples de dedo y una camiseta básica oscura gracias a la cual se adivinan unas elegantes curvas. Lleva una mirada luminosa y, al verme saca a relucir esa inmensa sonrisa suya donde parece que cabe toda la alegría de este mundo.
Llega 10 minutos tarde, no se disculpa, no entiende la vida con prisas, nos saludamos con un silencioso abrazo que dura lo que tiene que durar, nos separamos, y tras una rápida mirada que empieza en los pies y acaba en los ojos, sonríe y orienta su cuerpo calle arriba, cómo invitándome a iniciar la marcha hacia un destino que seguramente no le importa.
A mitad de camino hacia el parque me detengo frente a unos chinos y compro un litro de no recuerdo que refresco, la digo si le apetece que la invite a algo, declina la oferta, estoy seguro de que más adelante beberá del refresco que en realidad, sabiendo que le gustaba, yo compré para los dos. Es curioso cómo funcionamos, yo compro algo que se que a ella le gusta con la certeza de que ella tomará de ese algo, pero a su vez la hago una oferta que se que declinará porque ella sabe que yo no beberé entero el algo que compré, y que tarde o temprano, bien porque yo se lo ofrezca, o bien porque ella me lo pida dejando ver una sonrisilla pícara, ella acabará bebiendo. Desde luego sería mucho más sencillo que yo comprase ese refresco sin más y que cada uno bebiese de él, pero entonces se perdería todo ese delicioso juego de sutilezas, miradas y sonrisas en que siempre acabamos convirtiendo un hecho simple como comprar un refresco.
Seguimos caminando hacia el parque, a veces me quedo ligeramente rezagado para deleitarme con su caminar, es un caminar elegante, decidido, combinando con un misterioso equilibrio la sutileza y la fuerza en un elegante vaivén de los pies, no puedo quedarme mucho tiempo mirándola así, no vaya a pensar que lo que realmente quiero es ver esas caderas suyas que a más de uno nos hace perder el seso. De entrada al parque me echa una mirada sonriente y señala la botella del refresco que anteriormente compré mientras pregunta si le doy un poco, la cara de satisfacción que pone cuando le acerco la botella me confirma que nuestro delicioso juego está en el momento de máxima emoción. Tras caminar un rato, decidimos sentarnos en un banco bañado de sombra  manchada de unas motas de sol que dejan pasar las hojas de los chopos imponentes que se alzan a nuestro lado.
Comenzamos a hablar de aquello por lo que nos habíamos citado, no recuerdo el que era, supongo que un pobre motivo que diría para ocultar la creciente necesidad de verla que me nace en el pecho todos los días. Hablamos y hablamos, me encantan sus labios, la expresión de su cara, cómo sitúa su cuerpo al hablar, ¡venga hostias, dale un beso!, seguimos hablando, me vuelvo loco si no me acerco más a ella. Apoyo mi cabeza en sus piernas. Venditas gafas de sol, que no delatan que mis ojos no hacen más que mirar los suyos. Seguimos hablando un buen rato, es una delicia oírla hablar… cómo si su voz dijera todo lo que dicen sus palabras, no hace falta escucharla para entenderla. Si agachase la cabeza la daría un beso. Cambio mi postura, espero que ella no me note incómodo, me pongo frente a ella, acerco mi cabeza a la suya… no lo suficiente, si se inclinara… Nada, seguimos hablando, juro que pasaría la vida escuchando esa voz. Digo alguna tontería, no por ser divertido, si no por ver de nuevo sus dientes de nácar luciendo entre esos labios que tanto ansío. No necesito más que ella, la tengo aquí, está conmigo a penas medio metro separan nuestras pupilas… pero están tan lejos…
Me mira, la miro, la miro mirarme,  es hora de irnos, de hecho la es desde hace una hora, sus ojos lo saben, los míos también.
Nos abrazamos, un abrazo más largo de lo habitual, más sentido… cómo para naufragar en aquel mar de emociones y no salir nunca a flote.
Nuestros ojos se despiden, nuestras bocas aún no han dicho hola. Ojalá mañana lo hagan.
Adiós.

En efecto, el bote de refresco está vacío.