viernes, 25 de noviembre de 2011

Moraleja de arañas.

Día 1:

Despierto con una generalizada sensación de picor por todo el cuerpo, me rasco. Al tacto descubro que tengo los brazos y las piernas cubiertas de granos, picaduras de araña según parece por el tamaño y el aspecto. Siento un picor insoportable que consigo apaliar con ese milagroso invento de la ciencia llamado after-bite.

Vuelvo a la cama para buscar a la infame causante de mi padecer, y, tras levantar el colchón me encuentro con un pequeño nido de arañas. En efecto, no me equivocaba.

En la cocina, mientras desayuno unas deliciosas tostadas de tomate rayado con ajo, le cuento a mi padre lo ocurrido. Este, para mi indignación, sonríe y dice que esto me vendrá bien, que ya habré aprendido para que sirve hacer la cama y pasarle la espiradora de vez en cuando.

Me pongo manos a la obra, quito las sábanas y el colchón y hago una limpieza exhaustiva del somier con la aspiradora, quitando la telaraña y el pequeño nido, después paso la aspiradora por todos los recovecos del colchón por si acaso quedó algún huevo pegado. Después echo las sábanas a lavar y pongo unas limpias y nuevas con aroma a suavizante, hago la cama cuidadosamente y tras prometerme a mí mismo hacerla más a menudo vuelvo a aplicarme el after-bite.

Como reflexión me queda que es mejor perder un poco de tiempo haciendo la cama que estar una semana entera rascándome picaduras de araña. Está bien esto de ser desordenado y encontrarme en mi desorden, pero tampoco hay que pasarse.

Día 2:

No hago la cama.

Día 3:

Tampoco

"Cambia las superficialidades, la esencia, el "en si", no trates de cambiarlo, no debes."

sábado, 19 de noviembre de 2011

Mi voto en un pozo

Vota, mete tu sobre en una urna,
siéntete auto-realizado por haber
cumplido tu deber para con tu país.

Duerme tranquilo, mañana nada habrá cambiado,
tu mundo de bienestar seguirá intacto.

Tu voto en un pozo.

El mío también.

viernes, 4 de noviembre de 2011

¿Salto o no salto?

Estoy en el tejado, 17 pisos, 75 metros de altitud, es mi oportunidad, tengo que saltar… ¿no es tan difícil no?
Desechemos la idea de que soy inmortal, idea por otro lado completamente cabal en una ética individualista tan común en estos días. Si yo dejo de vivir, todo deja de existir, luego no habría vida sin mí, así que dudo que los mecanismos que rigen el ciclo vital puedan permitirse el lujo de prescindir de mí. Da igual, obviemos esta aplastante lógica y pongamos que soy inmortal.
¿Por qué saltar? Si salto me mato (seguimos pasando por alto la idea de mi inmortalidad), pierdo este lujo transitorio que llamamos vida y voy a parar a un desconocido lugar, suponiendo también errónea la extendida y racional idea de que exista un tal San Pedro que te mande hacia abajo o te abra las puertas del cielo al morir. Lógicamente ese desconocido lugar no debe de estar tan mal… si no, no entendería esa costumbre que hemos desarrollado absolutamente todos los seres vivos de morirnos.
Mejor no pensar. Salto.
Así dejo de gastar y gastar dinero en busca de una vida más cómoda para llegar, eso sí, quizás a deshora (espero que tengan huecos para muertos precoces) a ese lugar por el que toda la vida nos pasamos luchando para llegar… llamadme espabilado si queréis pero… yo llego antes. ¿De qué iba hablando?, vaya, no me acuerdo de nada… ¿no se está nada mal aquí no?... y si antes estaba mejor, pues… Lo olvidé