jueves, 20 de septiembre de 2012

Sobre la magia.

¿Razón o corazón? ¿Realidad o magia?

Siempre, como amante del pensamiento y la razón, tuve clara mi respuesta. Los fenómenos que llamamos mágicos no son si no producto de la mente... un fenómeno cuantificable con estadísticas y números, demostrables por procesos biológicos... engaños de nuestra inmensamente compleja naturaleza.

Leía... Devoraba las novelas de García Marquez, Juan Rulfo, Borges... Ilusionándome con la remota existencia de aquellos mundos mágicos que me descubrían sus absorventes narrativas. Me producía una gran melancolía elo pensar que jamás vería Macondo, que jamás pisaría un mundo tan remotamente mágico, porque la magia no existe. La magía es la representación onírica de cómo queremos nuestra realidad.

Y así, con ese pensamiento, pase los años de mi adolescencia y parte de la juventud.

 Rarezas de la  vida, acabé visitando por necesidades de mi enamorado  corazón la Latinoamérica de mi querido García Marquez, de mis locos Neruda y Huidobro. Vi lugares tan disparatados como Valparaiso y Santiago, vi la absoluta soledad de cada una de las cimas que componían aquel mar de rocas, viento y nieve que llaman Los Andes, y algo indescriptible se empezó a despertar en mi interior, algo que en aquel momento no sabía describir con algo parecido a las palabras.

Y fue un día caminando en un bosque de araucarias, aquel árbol que yo tanto asociaba a la pesadumbre existencial de Harry Haller, El Lobo Estepario, cuando el sendero nevado, entre los vagos rayos de sol que dejaban pasar las copas de aquellos inmensos árboles, entre la sabiduría de desprendían sus ancianas cortezas, me llevó a la laguna Totora. Una lagunilla glaciar escondida en un pequeño collado de la montaña, rodeada de hielo,nieve y con las inmensas araucarias reflejándose en su mística agua.
Me senté sobre un tronco caido que se adentraba simbiótico en la laguna, abrazando a Mi persona, el motivo por el cual yo me encontraba en ese lugar, toqué el agua gélida, y entendí. Entendí lo que el agua me decía, entendí aquella sensación indescriptible que me llevaba embargando unos cuantos días.
Entendí que Macondo realmente existe, encontré El Aleph en aquella laguna que te curaba el espíritu nada más verla. Comprendí lo que aquel bosque de araucarias quería enseñarme.
La magia.