viernes, 4 de noviembre de 2011

¿Salto o no salto?

Estoy en el tejado, 17 pisos, 75 metros de altitud, es mi oportunidad, tengo que saltar… ¿no es tan difícil no?
Desechemos la idea de que soy inmortal, idea por otro lado completamente cabal en una ética individualista tan común en estos días. Si yo dejo de vivir, todo deja de existir, luego no habría vida sin mí, así que dudo que los mecanismos que rigen el ciclo vital puedan permitirse el lujo de prescindir de mí. Da igual, obviemos esta aplastante lógica y pongamos que soy inmortal.
¿Por qué saltar? Si salto me mato (seguimos pasando por alto la idea de mi inmortalidad), pierdo este lujo transitorio que llamamos vida y voy a parar a un desconocido lugar, suponiendo también errónea la extendida y racional idea de que exista un tal San Pedro que te mande hacia abajo o te abra las puertas del cielo al morir. Lógicamente ese desconocido lugar no debe de estar tan mal… si no, no entendería esa costumbre que hemos desarrollado absolutamente todos los seres vivos de morirnos.
Mejor no pensar. Salto.
Así dejo de gastar y gastar dinero en busca de una vida más cómoda para llegar, eso sí, quizás a deshora (espero que tengan huecos para muertos precoces) a ese lugar por el que toda la vida nos pasamos luchando para llegar… llamadme espabilado si queréis pero… yo llego antes. ¿De qué iba hablando?, vaya, no me acuerdo de nada… ¿no se está nada mal aquí no?... y si antes estaba mejor, pues… Lo olvidé

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